VEINTE AÑOS

7 de febrero de 2018

Vos necesitas irte.



   Ella desaparece. Él se levanta y se sube el cierre de la campera porque hace frío. Ahora toda la gente parece triste. Todos están tristes por dentro. Tristeza y enojo. Enojo e impotencia. Hay una masa de personas desequilibradas. Nadie parece ser igual a nadie. Blancos, negros y grises. Él camina y llega a un grupo de personas. Seis o siete, todos parados en ronda, con sus pies sobre el pasto. Hay un árbol atrás, con una luz roja y una barra que lo rodea. Las paredes laten por la música fuerte. Él frena y escucha, pero su rostro se pone serio y deja de escuchar. Mira cada una de las caras, tristes y feas. Rasgos raros. Pieles dañadas. Falta de altura. Silencios. Debilidades. Mentiras.
   El frío frena y el cierre de la campera baja. El grupo se disuelve en una motivación que no va a servir para nada. Sólo hizo dos pasos cuando ella volvió a aparecer.
 
   -¿Qué haces acá?
 
   Pero no hay respuesta, nuevamente. O, si la hay, él no la escucha. Su boca se mueve, pero está en mudo. Interpreta sus palabras invisibles. Y las entiende. Le contesta: “Vamos para allá.” Su mano agarra la de ella, pequeña, blanca e inexistente. La lleva, empujando personas, ahora con un motivo engañosamente real. Un patio y su suelo cubierto de pequeñas piedras blancas. Un sillón forrado de cuero artificial. Un “Nos sentemos acá.” y una mirada a sus ojos transparentes. Una sonrisa a sus dientes. Un enfoque irreal. Todo el mundo parece desaparecer por la sensación de soledad. Un egoísmo puro que lo envuelve cuando, entre risas, se abrazan. Otra vez en sus ojos y una catarata de palabras que no sirven absolutamente para nada. Una avalancha de sentimientos sin posibilidad alguna de expresarlos. Una depresión. Un beso que no existe, de ninguna forma. Sus labios que se tocan en otra dimensión difícilmente cierta. Su cabeza rogando para que distinto.
 
   -Desaparezco con vos.- Le dice él.
 
   Y es otra negación, aún más dolorosa que la anterior. La sumisión está mal. La debilidad está mal. Ser maleable está mal. La falta está mal. Entonces basta.
 
-Bueno, andate.- Dice él.
 
Y se levanta, y camina y se va. Y los ojos de ella se clavan en su espalda y sus pupilas de mentira se dilatan, y desaparece.
   El mundo está feliz ahora. Todos tienen a alguien. Cruza la salida y espera. Espera ver un taxi que lo lleve a su casa.   

30 de enero de 2018

No te vayas. Epilogo.

   Justo me levanto temprano en una cama que no conozco. Soñé con grandes masas de gente pasando, corriendo, caminando sobre un lugar en particular. Me siento en la cama y no hay tiempo para perder, pero empiezo haciendo exactamente lo contrario. La luz se filtra por las rendijas de una cortina. La oscuridad se ensucia y la habitación se termina de ensuciar. Miro en el piso una guía de viaje de Colombia.

   Ella se despierta. Su mirada se filtra por la rendija de sus pequeños ojos mientras le pregunto si se va a Colombia. Me tiro para atrás y acuesto mi espalda encima de sus piernas. Con mi brazo izquierdo toco su derecho.

   Tenía todas las miradas encima como si estuvieran mirando a alguien con problemas para caminar. Al otro día era feriado. Me asomé por la baranda de la terraza para evitar todos los pares de ojos. Una senda peatonal demasiado blanca para la noche. Las tres luces de los semáforos prendidas al azar. Y cruzaba la gente. Miles de personas caminaban sin mirar. Parecía nunca cortarse el paso. Si me tiraba desde ahí arriba, unos diez o quince pesos, me separaba de las personas a donde caería. A nadie le importaría y seguirían caminando pasando por encima mío.

   Alguien me toca el hombro.
   -Es mejor que nos vayamos de acá.
   Los ojos se siguen fijando en mí. Es como si todo el mundo fuera invisible menos yo.
   -Vamos.
   Bajamos las escaleras, después otras y otras más. Cuando miro por una ventana veo la senda peatonal, ahora menos blanca que antes, desprovista de personas y los semaforos funcionando normalmente. Creí ver un auto pasar. Llegamos a una puerta.
   -Dale.
   Pero yo no quiero salir por ahí. La puerta se abre antes de que me pudiera decir algo y todo el flujo de gente cae para adentro a los golpes. Las personas se empujan y pasan encima de los caídos como si entrar fuera la última salvación. Doy un paso atrás hacía los escalones. Cuando giro la cabeza todo el mundo se detiene y me mira.

*

No te vayas por favor.

-Las cosas no van a volver a ser como antes. No se puede. Perdoname pero te tengo que romper el corazón. Así me enseñaron cuando la cagada ya está echa. Si, fue culpa mía. No lo supe manejar bien. Pasa que, ¿cómo puede ser?

-Te tengo que volver loca. Es la única forma que tengo de corroborarlo. Pero si es un día si y otro no, y así con todo. Hasta con las sabanas o las ganas de salir a comer. No sé si se va a poder.

-Creo que no voy a dormir por tres días.

-No sigas haciendo esto. La gente desaparece, se enoja, te tratan mal, te hacen llorar. Lloran ellos.
Cerrá los ojos. Por lo menos lo voy a intentar.

-No...

-Cerrá.

La luz se apaga de más. En uno de sus oídos escucha: En mis sueños ya no se mueren más mis amigos. Tengo miles de mujeres pero yo ya sé a quien quiero. No necesito a nadie más. Yo viví todo lo que tenía que vivir. Ahora, capaz, ya es tiempo de morirme con vos. ¿Me escuchas? Hay algo en vos, para siempre. ¿Pensaste alguna vez en para siempre? Lo que tenes no lo tiene nadie mas en la existencia. Nadie nunca lo va a tener. Nadie te va a ganar. El sabor de tus fluidos. El olor de tu ropa. La lengua en tu oreja. Esa reacción.

-Cualquier cosa.

-Es la única solución.

-Pero vos no sos esa solución.

-Vos tampoco. Ya no lo podemos ser.

-Bueno.

-

-

-Te quiero.

-Yo también.





23 de agosto de 2017

En el final del mundo. Caída.

    Estaba sentado, pensando en el final del mundo. No el de las peliculas, con meteoritos y terremotos. Sino en el final, ahi donde todo termina, donde se acaba. Donde no hay mas nada. El límite. El borde. La curiosidad no mató a ningún gato. Me levanté del piso y salí para afuera. Hace dos semanas que estoy acampando en el final del mundo. Es un lugar desértico donde no hace frío ni calor. A la noche el cielo se llena de estrellas en una oscuridad increíble. Recuerdo cuando llegué, un gran cartel anunciaba: Bienvenidos al fin del mundo. Población: vos. Saque mi carpa, la armé y me quedé. Los días fueron pasando como un torbellino y las sensaciones que me producía ver esa linea, día y noche, incrementaban mucho mis ganas de cruzarla. No era nada. Solamente tenía que estirar un pie, despues el otro, y listo. Ya estaba del otro lado del mundo. El principio de otro mundo, capaz. Entonces caminé, pero los pasos fueron lentos y dubitativos. Era cruzar, nada mas y nada menos, que esa linea que hacía terminar este mundo. No sabía lo que pasaría del otro lado. Cualquier cosa me hizo ansiar y acelerarme. La carpa, la mochila y todas las cosas que tenía, las dejaba atrás. Para siempre.

   Los dedos se me congelaron al instante. Te toqué pero, aún asi, no se me calentaban. Tu temperatura era distinta a la mía. Por alguna razón, no nos contagiabamos más. Dudé si realmente eras vos la persona que me recibía de este lado. Pero no podías ser otra. La arena era gruesa, el viento frío y el abrazo fuerte y lento. Balanceandonos. Tu verde seguía siendo el mismo verde, pero capaz, eran de mentira. Una mentira que inventó el tiempo. La desesperación se cayó y tiró todos los edificios de una sola vez. Rebotó, se hundió, pasó entre medio de tus pies y terminó abajo de los míos. No rozó ni un poco los tuyos. El mar empezó a subir, llevandosé los escombros y yo seguía preguntandomé por qué. Tratando de creer  que nada de esto podía ser. Un solo movimiento brusco y si me daba vuelta podía ver la carpa, la mochila y vos. Pero no estabas ahí, estabas de este lado. Siempre en el final del mundo. Siempre al limite. Siempre negro antes que blanco. Pero algunas veces el blanco era tan pero tan brillante que ningún otro color parecía existir. Entonces la arena empezó a ser movediza. La desesperación asomó pero seguiamos los dos, de este mismo lado, y uno en frente del otro, igual. Te volví a abrazar y el viento, y tu piel todavía eran fríos. La arena nos tapaba los tobillos, se acercaba a nuestras rodillas. Tus piernas blancas y una se movió queriendo sacarla pero no podías. Nadie dice una sola palabra. Nos hundimos cada vez mas rápido. La cintura, la panza, el pecho. Antes de que me tocara las manos, las levante y agarré tu cara. Te dije que quería ver todos los detalles para no olvidarmelos nunca. Te corrí un mechón de pelo y entonces los dedos se me prendieron fuego. La arena nos llegaba al cuello. Apretaste los labios, contuvimos la respiración y vi el ultimo color de tus ojos antes de cerrarlos.

   Caímos a un vacío del otro lado. En un segundo tocamos el pasto. Se estaba llenando de mosquitos y yo te dije "Te amo." El suelo se abrió y caimos otro segundo. Nos sentamos en una escalera, nos reímos y nuestros labios se tocaron. Alguien abrió una puerta y las escaleras desaparecieron. Volvimos a caer un segundo. Ahora estabamos en tu cama, todo estaba oscuro. Me dijiste "Te amo" y una lágrima cayó al colchón y lo hizo desaparecer. Caímos de vuelta pero esta vez no no fue un segundo, sino que fueron miles. Fueron horas, fueron días, fueron meses.

   Y nunca más dejamos de caer. 



 

Receta de la felicidad.

   X entró a la sala del teatro. Mas de diez mil personas estaban sentadas en sus butacas, preparados para escucharlo hablar. Una luz lo cegó un poco cuando se estaba acercando al estrado. Acomodó el micrófono, se corrió el pelo de la frente y apretó un botón del pequeño control remoto para pasar a la siguiente diapositiva. En la pantalla gigante detrás suyo, que antes titulaba "Receta de la felicidad" ahora aparecía un gran emoticón negro, de cara sonriente, sobre un fondo gris claro. X comenzó.

    Voy a ser conciso. Solo por esta vez y nada más. Tienen que seguir estos pasos al pie de la letra.

   Número 1. Busquen a otra persona que ya sea feliz. Encuentren esa persona exacta. Si están en duda, al final de todo esto ya van a saber comprobar si alguien realmente es feliz o no.
   Número 2. Cuando encuentren a esa persona, aferrensé. No la dejen ir. Que no se entere de que son infelices porque eso no los va a ayudar a que se quede, y por ende, a no ser felices ustedes. Comprometansé. Casensé. Tengan hijos. Convivan.
  
   X levantó la mirada y se quedó en silencio. Miró al publico que estaba borroso delante de él. Del piso levantó una botella de agua que en realidad tenía vodka. Tomó un trago y la volvió a dejar en el suelo. Con un moviminto rápido de su cabeza hizo correr el pelo que le caía en la frente.

   Número 3. Cuando haya pasado un año exactamente de que conocieron a su persona feliz, se van a ir. Van a desaparecer sin explicaciones. Van a dejar de verla. Escapensé, si es necesario, a otra ciudad. Tomen un avión. Mudensé. No tienen quer cruzarse a esa persona feliz por un año entero.
   Número 4. Después de que pase ese año, exactamente un año, van a ser felices.

   Listo. Esa es la receta de la felicidad.

   Las luces se atenuaron. En la pantalla apareció el logo TED en rojo. Luego se desvaneció y comenzó un video. Se lo veía a X en primer plano, con una gran sonrisa. Empezó a hablarle a la cámara diciendo que estaba empezando en la búsqueda de una persona feliz. El video se iba entrecortando y mostraba a X en distintas facetas. Iba contando todo el proceso de su busqueda de la felicidad. Cada vez que pasaban los días y los meses, X parecía ir envejeciendo. Se lo veía más gordo. Con el pelo más largo, ojeras, y su sonrisa desaparecía hasta transformarse en un semblante serio. Tal como se lo veía esta noche. Los últimos diez segundos del video era otro primer plano de él, diciendo lentamente "Ya soy feliz"

   Las luces volvieron a prenderse. X volvió su boca al micrófono. La gente estaba totalmente en silencio. Quiso decir algo, pero le agarró hipo. Tomó un un trago de su botella y el vodka se le derramó por el cuello hasta el pecho de su camisa a medio desprender. Corrió una vez mas el pelo de su frente.

   Entonces, esto es ser feliz.

   Nadie aplaudió, y X sonrió por primera vez en la noche. 

   

2 de agosto de 2017

6to.

Las escaleras se cierran
y parecen eternas.
La luz vuelve y se prende
dejando ese punto rojo
pequeño
y sin vida
por un rato más.
Pisamos el suelo
de color negro.
Abrimos la puerta dorada
casi con la llave equivocada.
El viento no parece de acá.
El frío viene de donde me voy.
Un beso
en la frente,
chau.
No salgas.
La misma esquina de siempre
que nunca va a cambiar.
El mismo taxi negro,
el mismo "libre" rojo.
El distinto saludo
que me esperaba
pero que no pasa.
Porque los ojos
se cierran.
Los labios
se tocan.
Tu cuerpo y el mío
se chocan,
como si nunca hubiera
cambiado nada.
Y no sé cuantos días,
ni meses
más
van a tener
que volver a pasar. 

6 de julio de 2017

Ending.

Expectante y
la noche caía rápida.
Av. Corrientes, 9 de julio,
Diagonal Norte.
La minoria de gente
y transpasar  la puerta de vidrio.
Elegir las escaleras
y no el ascensor.
Soy el chico que falta
en la habitación.
En la notebook se tipea
y suena la armónica.
"Hello darkness
my old friend..."
Un casillero y
yo sin candado.
Una ventana chica
hacia atrás del edificio.
Una silla azul.
El baño
y sin cepillo de dientes.
Ni desorante, ni shampoo.
Correr antes de que
el semáforo pase de rojo a verde.
El guardía del Farmacity
que te mira mal.
El obelisco que
te mira desde arriba.
La calle
que se volvío a abrir.
La oscuridad,
los pasajes,
el microcentro,
la acción.

¿Ya llegaste?
¿Cómo te fue?
¿Cómo estás?
Comer en el subsuelo,
salir y parar
un taxi que dobla
por Santa Fe.
La noche oscura,
la gente también.
El colectivo que pasa
rozando sin frenar.
Bajar en Costa rica,
correr y caminar.
Tocar el portero,
verte bajar.
¿Qué haces acá?
¿Qué te pasa?
¿Por qué venís?
La piel blanca,
el pelo corto,
el short mas corto
aún.
Los brazos cruzados.
Una mesa y dos sillas.
Una jarra
naranja.
El silencio,
la mirada.
Y los labios
encima de los labios
otra vez.

30 de junio de 2017

Ocho mil trecientos sesenta y dos.

   Estoy viviendo en un trigésimo noveno piso. Si me levanto tarde, o con lo justo, me cambio, agarro mis llaves, tarjetas, y todo lo demás, corro hacia el balcón, manoteo el paracaídas y salto. El vértigo y el viento me terminan de despertar. Abro el paracaídas y voy surcando los edificios con cautela. Sí, la ciudad esta repleta de edificios. No hay casas y se ven muy pocos espacios verdes. Los aviones sobrevuelan muy en lo alto y el río se conserva, cruzando la ciudad de punta en punta. Pero a nadie le interesa, aunque sus aguas ahora sean cristalinas. A través se pueden ver los peces. El pasto a los costados esta siempre verde. Todo es hermoso porque nadie tiene tiempo para arruinarlo. Yo no puedo llegar ni un segundo tarde. Apreciar todo esto ahora ya me sacó medio segundo. Si me echan termino en la calle, no hay otra opción. Y los que terminan en la calle de alguna forma desaparecen. Los llevan y los matan. No hay vagabundos. El trabajo es uno solo desde que naces hasta que te morís. Duermo cuatro horas y trabajo veinte. No soy el único que se levanta tarde. Doy una vuelta y veo varios paracaídas planeando por la ciudad. Paso cerca de un hombre vestido de traje. Me mira y me dice: "La verdad que es más facil así. Me cambio tranquilo y cinco minutos antes me largo. Todavía no me puedo acostumbrar al sistema de transporte. Es un quilombo." Veo como hace un giro rápido y aterriza en un gran ventanal del edificio 8362. Yo ya llego tarde y no me di cuenta. Pero tengo hasta tres veces para llegar tarde y esta es la última. Me entretuve pensando en todo esto. La vida esta bien así. No me la puedo imaginar de otra forma. No te puedo imaginar a vos teniendo tanto tiempo libre. No sé que hacés. Seguro dormir todo el día. ¿Qué otra cosa podrías llegar a hacer?

28 de junio de 2017

Lo que vi.



   Nunca me pasó algo así. Le conté directamente a mi mejor amigo, yendo mas o menos al grano, sin muchos detalles, pero no me creyó.

   -Dale boludo, no me jodas.
   -En serio te digo.
   -¿Pensás que te voy a creer semejante boludes?



   Después dejó de ser mi mejor amigo. No lo vi nunca más. Yo sabía lo que mis ojos habían visto. No me importaba si los otros me creían o no. Pero no dejó de serlo por esto. Aunque me dolió que no me creyera. Después de un tiempo simplemente dejamos de hablar. 
   
   Pero, ¿Para qué contárselo a los demás? Suficiente con saberlo yo mismo. Ya era mucho. Iba a vivir con esto, yo sólo, para toda la vida. Nunca lo iba a olvidar. Estaba enojado. Nadie te creía nada si no lo veían. Como si yo fuera un mentiroso. Sabía que esto era mucho pero ¿para qué iba a mentir?, ¿con qué finalidad? No escondo ninguna pretensión. No quiero conseguir nada. Es insulso relacionar esto con algo que me pueda beneficiar. Pero bueno, me gusta contar lo que me pasa. Y esto fue real. 

   Hacía mucho frío y estuve a punto de no salir de mi casa, pero por esas cosas que no se saben, cambié de opinión. Me abrigué, agarré mi bici, dejé el celular cargando y me fui. El frío era más fuerte de lo que pensaba y a cada cuadra de pedaleo me decía a mi mismo: "¿Para qué saliste? Hubieras hecho todo otro día." Pero tenía una fuerza de voluntad extraña me hacía seguir para adelante. Sentía el tiempo desperdiciarse de tan solo pensar en volverme. Entré en calor a los pocos kilómetros y ya la sensación de arrepentimiento se me pasó. Disfrutaba de la velocidad y ahora solo pensaba en llegar y hacer las cosas que tenía que hacer. 

   Todavía estoy enojado. Me cuesta confiar en la gente. Siento que todos me van a defraudar. Ya escucho el "A ver, vamos y me mostrás.", el "Quiero ver las pruebas." Como si se tratara de cualquier cosa. Como si fuera tan fácil. Encima, cuando pasan cosas triviales, que si podés demostrar, lo único que conseguís es un "Uh, tenías razón." Y un poco más de credibilidad para la próxima. Asi que olvidate. Sigo enojado, pero yo tengo la verdad. Y nadie más la tiene. 

   Ya cuando me bajé de la bici y saqué el candado para atarla, ahí, en la plaza San Martín, sentí que alguien me miraba. Pero viste cuando no estás del todo seguro y te das vuelta por algo y justo cruzás la mirada con una persona y resulta que es esa la que te mira. Bueno, ese que te está mirando, suele correr los ojos, pero este viejo no lo hizo. Yo lo miré casualmente y el siguió mirándome fijo a los ojos. Era barbudo, parecía un vagabundo. Terminé de atar mi bici y lo volví a mirar. Me seguía mirando. No le di importancia y me fui, tratando de no prejuzgar y pensar en que me la podía robar. Pero, plena tarde, pleno centro, no podía ser. A los pocos metros, me doy vuelta y el viejo seguía con la vista clavada en mi. 

   Me había olvidado de esto cuando entré a la agencia de turismo. Me quería ir de viaje, ahora en invierno, yo solo. Quería algún lugar con nieve pero no sabía cuál, asi que iba a preguntar para ver qué me recomendaban. Me senté en uno de los escritorios y una chica morocha con el pelo hasta los hombros me comentó los lugares y paquetes que tenía disponible. Me anotó los presupuestos para una semana de estadía y yo me decidí rápido por uno de ellos. Saqué mi tarjeta pero la chica me dijo que esperara un minuto. Se levantó y se fue. Esperé más de un minuto. Tal vez fueron diez o quince. Tenía mi cuello tirado hacia atrás y la mirada perdida en el techo, escuchando sin prestar atencion a las demas personas hablar. Entonces sonó un teléfono y una de las empleadas lo atendió. "Si, si. Ok." Cortó y me miró a mi. Yo bajé la cabeza. -Me dice mi compañera que esperés un minuto más, que te está consiguiendo mejor precio.- Asentí y le dije que no había problema. Esperé unos cinco minutos más y la chica volvió. Se sentó otra vez en el escritorio. "Te conseguí más barato." Me dijo y se puso a teclear rápidamente en su computadora. Mandó a imprimir una hoja y cuando la sostuvo en la mano la inspeccionó detenidamente. Vi que hacía una pequeña mueca de preocupación. "¿Pasa algo?" Pregunté. Ella me miró a los ojos y me dedicó una pequeña sonrisa. "Dame un segundo." Se levantó y se fué, otra vez, pero ahora por unas escaleras que había a un costado. La seguí con la mirada. No pasó más de un minuto cuando la vi de vuelta asomarse desde arriba. -¿Podes venir un segundo?- Sorprendido, la miré y me levanté. Subí las escaleras y antes de poder preguntarle cualquier cosa, abrió una puerta que se encontraba a la izquierda y entramos. La habitación estaba oscura. A la derecha había un sillón para dos personas, y al frente, pegado a la pared un pequeño escritorio que solo tenía espacio para mantener un teléfono fijo. La chica me pidió que me sentara y fue hasta el escritorio. Descolgó el teléfono y marcó solo dos números. La conversación solo consistía, de su parte, en afirmaciones y negaciones. En un momentó miró la hoja impresa y leyó un numero muy largo. Luego dijo "Sí" una tres veces y se dió vuelta para mirarme. Entonces colgó el teléfono de repente, y así como empezó todo, también terminó. Salimos de la habitación, bajamos, pagué, me entregó el voucher y me fui.

   Yo no vi nunca más a mi mejor amigo, pero el tampoco intentó verme a mi. Me pareció raro, porque él no era un resentido como lo era yo. No le daba importancia a este tipo de cosas. Continuaba todo como si nada. Pasó un año en que hablabamos intemitentemente y despues el contacto se fue perdiendo. Añ año siguiente, despues de un tiempo ya sin hablar, intenté contactarlo pero no pude dar con él de ninguna forma. Los mensajes de whatsapp no le llegaban, las llamadas me decían que la característica era inexistente. Lo busqué en facebook y no lo encontré. Todo era muy extraño hasta que empecé a preguntarle a conocidos si sabían algo de él y todo fue más extraño porque nadie me contestaba. O me ignoraban o no tenían idea, o simplemente cambiaban de tema. Desistí y hasta ahí llegué.  

   Todo el mundo sabe que soy un comprador compulsivo. Vi una remera en la vidriera de un local en una galería céntrica, ahí por la 9 de Julio. Entré al local y le pedí al tipo que me la mostrara en mi talle. Cuando la tuve en las manos, la revisé y le pregunté si me la podía probar. "Si, si. Vení por acá." El negocio era bastante chico. Junto al mostrador había un hueco por el que bajaban unas escaleras en caracol. Con dificultad lo seguí, bajando y llegamos a una habitación bastante vacia donde no vi probador alguno. Había algunas cajas de madera, de esas de verdulería, tirada por el piso, pero todo estaba bastante oscuro y no pude ver mucho. El vendedor me dijo "por acá" y yo lo seguí hasta una puerta de la cual inmediatamente surgían otras escaleras. "Cualquier cosa avisame." Me dijo, suponiendo que yo entendía que bajando esas escaleras, estaba el probador. Le dije que si, un poco curioso preguntandomé por qué el probador estaba dos pisos mas abajo del local. Bajé lentamente dos escalones y el tipo me cerró la puerta detrás. Me quedé a oscuras completamente y sentí los pasos de él yéndose. Esperé a creer que ya se había ido, y abrí la puerta de vuelta, asegurándome que no me la había trabado. Pero la puerta se abrió. La volví a cerrar y bajé. Di dos vueltas, como si bajara dos pisos más y entonces vi una luz. La habitación estaba decorada estilo vintage. Un sillón antiguo y restaurado, cuadros pop-art, grandes espejos en marcos viejos, y dos probadores con unas cortinas gigantes y bordadas. Me saqué la remera, pero justo cuando me estaba poniendo la otra escuché unos pasos. Me di vuelta hacia la puerta pero no parecía venir nadie. Los pasos seguían y se le sumaron más. Un montón de pasos, como si fuera, no sé, mucha gente caminando tratando de llegar a algún lado. Pasos apurados. No se de dónde venían, del techo, de al lado. No sé. La remera creo que me quedaba muy mal, pero salí de ahí, subí las dos escaleras y lo encontré al tipo, sentado mirando facebook, atrás del mostrador. "Che, te la dejo, no me gusta como me queda." Le dije. Él murmuró algo por lo bajo, que no alcancé a escuchar, salí por la puerta y me fui.  

   -Te estoy diciendo la verdad. Eran las de la chica de la agencia, el tipo de la remera y el viejo este.  
   -¿Y qué tenían todos que ver?
   -No sé. Pero por algo estaban todos ahí... 
   -¿Y qué hiciste?   

   Ya no quería hacer mas nada. Estaba yendo a buscar mi bici, cuando pasé por una farmacia y me acordé que me estaba quedando sin crema para los granos. Para mi, este había sido un raro. Osea, esas dos cosas que pasaron lo habían hecho raro. Pero, que más podía pasar en una farmacia. Otro sótano, más habitaciones oscuras, no me iban a hacer nada. Entré, saqué número y una de las señoras que atendía justo terminaba con un cliente. Vi como lo despachaba y se volvía hacia el pinche donde estaban los números. No sé porqué, pero automaticamente se salteó como diez números y llamó el mío. Pero nadie de los que estaban antes que yo dijo una sola palabra. Me acerqué creyéndome privilegiado pero ya lo sentía raro. La señora me recibió el número. Le dije lo que quería y se puso a teclear en la computadora. "Si, gel dérmico, acá lo tengo. ¿Tenés la receta?" Le dije que no, pero que siempre compraba me lo vendían sin receta. Me dijo que espere un "minutito" pero le dije que no importaba, que estaba apurado y que otro día volvía. Ya me quería ir a mi casa. "No, no. Ya te lo traigo." Le dije que bueno, medio de mala gana y apenas la se fue para atrás, se apagaron todas las luces. "Ya está, es una joda." Pensé. Afuera ya estaba a oscureciendo y no se veía casi nada. La farmaceutica volvió de atrás, y con una linterna me alumbró a los ojos. Me dijo, "Mirá, acá tengo tu crema, pero si la querés, vas a tener que ver esto." Me sacó el haz de luz de los ojos y lo apuntó al suelo, justo en una caja, que empujó con uno de sus pies. Y entonces los ví. Con una cara de asco retrocedí un poco, pero no podía sacar los ojos de encima. 

   Juro que estaban ahí, pero ¿para qué te voy a contar? si seguro no me vas a creer.       

24 de junio de 2017

Autonomía.

   Atardecía y volvía a mi casa en bici. Estaba a dos cuadras de la avenida Patria. El cielo se teñía de un celeste cada vez mas oscuro, un rosa raro en las nubes y un gris mas raro que inundaba absolutamente todo. Yo no lo podía creer. No el cielo, sino la avenida que hacia media hora estaba a dos cuadras. Pero esa no es tanto la historia. No les dije, yo venía de un sitio baldío. Era grande y con el pasto crecido. Habia entrado, dejado mi bicicleta tirada, y me había sentado. No duré ni un miuto en pensar "¿Qué carajo estoy haciendo? Perdiendo el tiempo." Y no hablaba de ninguna cosa extracurricular. Hablaba de ese momento en si. Yo tenía una vida. Tenía que volver a mi casa, hacer las cosas que tenía que hacer. Y estaba ahi sentado sin hacer absolutamente nada. Con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en el pasto. Las levante y me las miré. Tenía las palmas marcadas como si hubiera estado sentado mas de una hora en la misma posición. Pero no me puse a pensar en qué estaba pasando. Yo había hecho una cuadra en contra mano antes de doblar. Pasé por entremedio de una doble fila de autos parados por el semáforo. Cuando pasé por al lado de uno, escuché que dijo "Claro, y no vienen autos de frente." Ya no había mas autos y me tiré para el costado del cordón. Frené y miré esa casa vieja que nunca mira nadie. Al lado sabia haber un quiosco y una vieja que atendía no vendía los alfajores de maicena que yo buscaba. Un gato que no era negro me miraba fijo. "¿Yo? No, no. No sé, yo no." Me decía como si le estuviera echando la culpa de algo. Pero no tenía alfajores y esas ya es otra historia. La cuadra era larga pero no para tardar dos horas en hacerla, y menos en bicicleta. Yo tení auna vida. Una novia a quien cuidar, un trabajo al que ir y un tiempo que no perder. El silencio se inundaba de esos ruidos raros a los que nunca les prestás atención. Justo ahi donde sabía haber un almacén donde te calentaban los sanguches y te tomabas una Quilmes horrible. Pero era lo mejor que existía antes de doblar la esquina y volver a casa. Ahora cambié de opinión y quiero volver. No sé si alguna vez no quise, pero parece que no pudiera volver nunca. Ahora tomé fuerzas y arranqué. Atardecía y yo volvía a mi casa en bici.

27 de abril de 2017

Extraño suceso. Resistir.

   No me puedo resistir. Sus ojos están a milimetros de mis ojos. Si me resisto en seguida está la explosión que desborda y yo solamente no quiero explotar. O tal vez si. Quiero explotar en una buena manera. La mala surge cuando ella me dice ¨no¨. Son tres, cuatro, cinco veces, contadas con los dedos de la mano derecha, y es exactamente ahora cuando tengo que sacar la izquierda.
   Sacando mi mano de ningún lado y levantandola trabada y pausadamente como si estuviera sufriendo algún problema motriz, la miro mientras sube, ya con los dedos metidos en la palma, solamente tengo que sacar uno para fuera. Cualquiera. El dedo ya está por la mitad, la mano a la mitad de mi pecho, y mi temple a punto de explotar.

    No me puedo resistir.

    Estando en el baño, o en mi pieza, o en cualquier lado de mi casa, o ni siquiera en mi casa. Caminando algún pequeño recorrido pienso que todo, pero absolutamente todo es efímero. Hablando de ser efímero por nuestros huesos que casi pueden ser eternos pero terminan escondidos bajo tierra. De qué me servirá la eternidad en mis huesos cuando camino y la puerta automaticamente se abre de par en par. Camino con el rumbo fijo, mirando para dónde sea, pero yo sé exactamente lo que tengo en la cabeza en ese momento. Y sos vos. Nadie más puede ser. Todo se reduce como en los viejos tiempos pero yo no me puedo dar cuenta en ese mismo momento. No me puedo dar cuenta absolutamente de nada lógico. Pero el problema no es tanto esa irracionalidad, sino lo tanto que me convenzo de ella. No puedo pensar como pienso ahora en aquel momento. Ni si quiera me puedo convencer contrariamente ahora mismo al 100%. Siento estar totalmente perdido y a la vez totalmente controlado. Es la peor sensación del mundo. Recuerdo de repente una vez, estar sentado en la silla, al frente de un escritorio, dentro de una agencia de viajes, y una mujer a punto de venderme un viaje a no sé que lugar del cual yo no estaba muy seguro de ir, hasta que la mujer se levantó y salió de atrás del escritorio y se fue a buscar no se qué. Yo en ese mismísimo momento caí en la famosa pregunta: ¿Qué carajo estoy haciendo? Me la hice cuando mi cuello se ladeó para atrás y mis ojos se quedaron mirando el techo. Todo el lugar quedó en silencio y vi en una pantalla dentro de mi imaginación a mi propio restro, visto desde arriba, como de a poco se iba alejando y haciendosé más chico. Pero la mujer volvió y así también volvió toda la normalidad. Y lo agradezco.

   No me puedo resistir.

   No sé que me movía en ese momento, pero lo agradezco. Porque si no hubiera comprado ese pasaje a no sé dónde yo tal vez no hubiera salido volando de mi bici al comerme un pozo en la calle sin ninguna señalización. No me hubiera roto la mano y no hubiera recordado a Belén. Pero Belén probablemente ya no exista, como tampoco existe la bicicleta roja. Tal vez nadie entienda porqué agradezco haber salido volando de mi bici y romperme la mano izquierda. Pero es que son cosas que realmente tienen que pasar para poder darse cuenta de otras cosas. Como de lo mierda que resultás ser solamente cuando lo querés ser. Y sí, hablo de vos. Pero qué tal. No me puedo resistir. Como Sabato, somos incapaces de producir algo perdurable. Pero pareciera que no te querés negar a creer lo contrario. La tristeza me invade y estoy de vuelta caminando. Solamente me alejé de la puerta cinco locales y la verdad que no quiero intentar nada más. Pero me vibra el celular y lo que pasa es que yo tampoco me puedo resistir ni un minuto más.

  
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